La gira 2025 de Radiohead no es simplemente el regreso de una banda: es el regreso de una atmósfera, de una vibración casi física que se expande desde el escenario como si cada canción fuera una onda que resuena en la memoria colectiva. El grupo vuelve con esa alquimia tan suya, donde la precisión técnica y la emoción más cruda conviven sin esfuerzo.
En directo, Thom Yorke parece cantar desde un lugar entre la vigilia y el sueño, mientras Jonny Greenwood dibuja paisajes eléctricos con una finura casi quirúrgica: capas de sintetizadores analógicos, delays modulados con una delicadeza matemática y guitarras que respiran como si tuvieran pulso propio. La sección rítmica —Colin y Phil— sostiene todo con una exactitud hipnótica, manteniendo ese equilibrio tan difícil entre lo humano y lo artificial que define su sonido desde ‘Kid A’.
La puesta en escena es una coreografía lumínica perfectamente calibrada: luces que no acompañan, sino que conversan; pantallas que no muestran, sino que susurran. Cada transición entre temas está calculada con una sensibilidad que roza lo cinematográfico: pequeñas modulaciones de tempo, respiraciones digitales, silencios que pesan lo mismo que un acorde.
Y, aun así, lo más sorprendente no es la técnica, sino la sensación de que cada canción sigue viva, mutando frente al público. ‘Paranoid Android’ suena como si se hubiese escrito ayer; ‘Everything in Its Right Place’ flota sobre un colchón de frecuencias que parecen recién descubiertas.
Radiohead demuestra que un concierto no es un ritual de nostalgia, sino un organismo en movimiento, capaz de conmover, descolocar y elevar a unos limites a los que humanos no estaríamos aun preparados.
Su gira 2025 confirma que siguen siendo un faro: una banda que no regresa para repetirse, sino para recordarnos que la música todavía puede ser arte, misterio y electricidad pura.
Si bien The Smile, puede que sea una evolución de Radiohead, en otro plano completamente distinto, desconocido e infinito.