#58 Razon tú tener, XDDD.
Siguiendo la línea de composición, digamos que en nuestra banda componemos entre los cuatro y que las canciones tienen una cierta coherencia (ejem, más o menos). Lo de que componemos los cuatro… bueno, digamos que está cogido con pinzas, porque normalmente o traigo algo bastante cerrado (cuatro retoques por aquí, cuatro retoques por allá) o traigo una idea clara que simplemente hay que desarrollar. Pero bueno, da igual, porque oficialmente lo que se hace en el local es “de los cuatro”.
Claro, ahora la cantante y yo, con nuestro dúo, hemos empezado a componer cosas para grabar y darle otra vuelta de tuerca al concepto. Aquí tengo mucha más libertad: bajo, baterías, sintes, teclados, letras, melodías… el pack completo. El otro día le pasé uno de los temas ya más o menos mezclado, con todo, listo para usarlo como pista base en el estudio, y va y me suelta: “jo, se parece muchísimo a lo que hacemos en la banda”. Y yo pensando para mis adentros: “¡Pues claro, criatura! ¡Si lo llevo diciendo siempre! Que por mucho que se repita eso de que todo lo hacemos entre todos, la realidad no es exactamente esa…”
Y ojo, que la chica es un encanto, canta de maravilla, pero tiene esa inocencia Disney de creer que todo el mundo es bueno. Y claro, mientras ella cree que esto es un campo de flores, yo ya sé que la música está llena de gilipollas, hijos de puta y algún que otro psicópata con guitarra (entre los que seguramente me encuentre hahahaha)
#59 En el último festi en el que tocamos (local, que uno no deja de ser un paquete), los que abrían hicieron la prueba de sonido los últimos —lo normal, vaya—, justo después de nosotros. Era una chiquilla medio conocida en su pueblo natal (que coincidía, casualmente, con donde era el festi), que hasta entonces se había dedicado a cantar con su acústica y a hacer temitas en plan íntimo. Pues nada, allí aparece con banda completa, que no sabían ni por dónde les daba el aire en el escenario.
Total, que nos vamos a tomar algo a un bar de la zona y, de repente, nos llama el encargado: que el concierto empieza una hora más tarde… porque todavía están haciendo la prueba de sonido de la chiquilla.
Claro, yo recuerdo ir a bares con mi propio PA, sonorizar desde mi mesa a la banda, sacar todos los envíos por in-ear, programar las secuencias y demás… y pegarme la vida entera probando, fallando y volviendo a intentarlo para aprender y hacerlo bien. A veces sonábamos a mierda, otras veces sonábamos brillantes, pero era parte del juego.
En cambio, si pasas directamente a un escenario grande sin haber pasado por esa mili, normalmente no sabes ni por dónde te da el aire.
Bueno, os abandono, que me esperan dos maravillosas horitas de viaje para el siguiente bolazo en las fiestas patronales del enésimo pueblo perdido en el mapa. Con suerte me reciben más de tres vacas, una piara de cerdos en trance etílico, unas cuantas ovejas filosofando y, por supuesto, las gallinas de rigor, que nunca faltan para arruinar la acústica con su "cloc cloc" afinado en La menor.
El público VIP, cómo no: las abuelas. Sacarán las sillas a la calle, se sentarán en primera fila cual jurado de "Got Talent" versión geriátrica y se dedicarán a despellejarme con comentarios pasivo-agresivos mientras yo monto cables como un esclavo de Telefónica. Y luego la prueba de sonido, repitiendo la misma canción en bucle hasta que los santos patrones del pueblo bajen del cielo y nos pidan por favor que paremos.
Después llega la guinda del pastel: el catálogo de peticiones random.
– Sector abuelas: “¡Cántate una de Antonio Molina o Valderrama, muchacho, que eso sí era música!”.
– Sector mozos reventados a calimocho: “¡¡Toca Eskorbuto, que esto es un fiestón!!”. Yo con la acústica en mano, claro, la estampa del siglo.
– Sector niñas: “¡Pon Maluma, o Karol G, o ese que se llama igual que un refresco light!”.
– Sector niños: “¡Canta la intro de la Patrulla Canina versión trap!”. Y yo, que lo único infantil que controlo es Barrio Sésamo y ya va siendo vintage.
P.D. Sí, lo confieso: en el repertorio llevo una de Eskorbuto. Y sí, también llevo un pedal de distorsión escondido en la mochila, para que los mozos mamados puedan berrear el estribillo como si estuvieran en un pogo en el gaztetxe del pueblo… aunque estemos tocando delante de la mesa del bingo, con las abuelas midiendo decibelios y las gallinas marcando el ritmo.
P.D. 2: En todos los conciertos que hacemos, a mitad de bolo, la rubia —como cariñosamente llamo a la cantante— pide peticiones. Momento en el que levanto la mirada de la tablet y la miro como diciendo: “otra vez… en serio”. Ya le he explicado mil veces que esta gente cree que, si aparece un tipo con una guitarra, automáticamente sabe todas las canciones de todos los tiempos, en todos los tonos posibles y en estilos imposibles, desde ópera barroca hasta reguetón.
Y es justo en ese momento cuando empieza el festival de “no, esa no la tenemos, no esa no la sabemos, no, para la siguiente la metemos, que tu petición es interesante”. Y podría seguir así eternamente, como si fuese un bucle sin fin de peticiones imposibles, mientras yo contemplo la escena con la misma cara de “por favor, que alguien me despierte de esta pesadilla”.
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