Aquí va la que prometí por interno. Ya la he contado otras veces, y puede que con el tiempo mi recuerdo cambie algunos detalles, pero así es como lo tengo en mi memoria ahora.
Tenía yo un poco más de 17 años, aún no terminaban los años 80, y había recibido mi primera Stratocaster como premio por haber sido buen estudiante. Para mi padre que en paz descanse, fue un esfuerzo enorme, la pagó en cuotas según recuerdo. La elegí porque la veta de la madera era hermosa, parecía una sola pieza sin empalmes visibles, con un brillo y unos acabados perfectos. La cuidaba mucho y la tocaba siempre en mi cuarto, sobre la cama, conectada a un pequeño amplificador sin efectos.
Unos años antes siendo más pequeño había conocido a un vecino del mismo colegio que vivía a la vuelta, a unos cien metros de mi casa. Recuerdo que me gustaba su prima, y que alguna vez estuve en su casa, donde descubrimos intereses musicales comunes. Él sabía bastantes cosas sobre las bandas que me interesaban. No era alguien con quien me juntara seguido, pero en algún momento se enteró de que yo tenía guitarra y me comentó que en su casa se reunían a tocar. No recuerdo bien cómo fue que terminé yendo con mi guitarra, pero fui.
Ese día estaba él —que no tocaba— y otro amigo suyo con una guitarra negra. Yo, como autodidacta, mostré lo que sabía de oído, y su amigo tocó algunas piezas propias. En un momento empezó a tocar el solo flamenco central de *Sultans of Swing*. Para mí aquello era inalcanzable, algo que creía que ningún mortal podía ejecutar. No dudé en pedirle que me lo enseñara. Él, con paciencia y amabilidad, me lo enseñó nota por nota. Para mí fue un momento revelador.
Yo ya tenía la costumbre de practicar a diestra y siniestra, sin saber las notas, tocando sobre la canción grabada de la radio en una cinta de cassette, pero esa tarde volví a casa con una nueva esperanza: lo imposible era posible.
Además, escuché mi guitarra con reverb por primera vez (su equipo tenía, el mío no) y quedé sorprendido con el sonido. Incluso él mismo comentó lo bien que sonaba mi guitarra y me preguntó más de una vez si quería vendérsela. Por supuesto, ni se me pasaba por la cabeza. Claro, llegué a tocar el solo una y otra vez para no olvidarlo.
Una semana después, siendo ya tarde ese vecino y el guitarrista aparecieron en la puerta de mi casa. “Te venimos a pedir un favor”, dijeron. Tenían ensayo y me pedían prestada la guitarra. Yo respondí que no podía porque estaba estudiando. Insistieron varias veces, prometiendo que solo sería una hora. Al principio me negué, pero terminé cediendo. Me incomodaba esto, no sabía decir que no y era una petición engorrosa. La duda razonable: Confiaba en la buena onda y además, en mi mente, pesaba que él me había enseñado el solo. Sería solo un rato y me prometieron que me la traían. Y sin saber decir más que no accedí.
Pasó el tiempo acordado… y la guitarra nunca regresó.
Fui a buscarlos a su casa, pero no los encontré. Alguien (la prima casualmente) me dijo que un tercer guitarrista quizás podía tener la guitarra, apenas lo conocía de vista. Pasó tiempo (semanas, días no lo sé). Me afligía pensar en lo que diría a mis padres que no sabían nada de esto.
Con mentiras y excusas busqué a esta tercera persona en las calles, y después de persistir hablando con extraños de la zona sindicada, milagrosamente logré llegar a su casa, hablé con su madre ¿? como si fuera amigo de toda la vida, y finalmente él que buscaba salió intrigado. Tras unas palabras, me devolvió la guitarra. Evidentemente me la habían robado, pero quizás por miedo al escándalo con su madre¿? , aquel chico me la devolvió. Fue una jugada arriesgada, porque tuve que irme hasta una zona periférica de la ciudad, lejos de donde yo vivía.
Nunca más volví a ver al que me la había pedido y en el entretanto no se apareció.
Fue una experiencia dura. Aprendí lo importante que es saber decir que no, aunque en ese momento todavía me costaba —tanto que poco después cometí el mismo error prestando el libro *Cosmos* de Carl Sagan, a una chica que coqueteaba, que no estaba interesada en mi, donde también tuve que perseguir el libro hasta recuperarlo.
Esa guitarra fue mi compañera fiel durante muchos años, compañera de bandas, me acompañó incluso cuando cambié de país. Pero hace unos once años, ya adulto y con un hijo bebé, me quedé sin trabajo. No quería venderla, pero tuve que hacerlo para poder comprarle su alimento. La publiqué con un precio cambiante, como si me resistiera a soltarla, hasta que la vendí muy barata.
Con los años entendí que esa guitarra ya estaba gastada como una persona vieja: trastes vencidos, golpes, herrajes oxidados, electrónica en mal estado. Después de la crisis, me invadió una sensación extraña, difícil de explicar. Llegué a buscarla de nuevo, contacté al comprador, pero me dijo que la había revendido a un coleccionista cuyo contacto era inubicable. Me obsesioné con ver si aparecía en compraventas, revisando a diario. Para sacarme la espina empecé a comprar otras guitarras, y así nació el famoso G.A.S. que me trajo a registrarme en el foro y a pensar en guitarras todo el día quizás llegando a ser cansador con el asunto,
Hoy miro todo con otra perspectiva. Esa guitarra, y todo lo que viví con ella, forman parte de mi aprendizaje. Aprender a soltar lo material, quedarse con los recuerdos, y ser precavido también. La regla que me quedó es simple: **no prestes nada, y no pidas prestado.**
Y también aprender a reconocer donde están los amigos, el amor y donde no, para aplicar esta regla.
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