La Historia del rock español V: El rock progresivo (I parte)

MiguelCt
#1 por MiguelCt el 11/12/2010
El ROCK PROGRESIVO.

Frente al ánimo de los músicos, algunos fantasmas recurrentes llenaron el camino de obstáculos y limitaciones. Uno de los principales fue la “mili” cuya obligatoriedad insistía en cortar por la mitad las carreras artísticas de los grupos.
El baile de componentes en muchas formaciones viene determinado por este lapso de tiempo, del que algunos volvieron con la creatividad cercenada.
Para sobrevivir, cantantes e instrumentistas dividían su actividad entre lo que de verdad les gustaba -un rock libre de ataduras- y otras acupaciones más más alimenticias, como las sesiones en las discotecas del extrarradio.
En estos casos el repertorio cambiaba, ya que lo importante era que las parejas pudieran bairlar y los dueños de las salas estuvieran contentos. Quizás por esa razón, los grupos españoles del primer rock duro y el sonido progresivo solían amarrarse a las versiones para demostrar sus cualidades.
La producción propia estaba muy condicionada por la necesidad de expresarse en inglés para evitar los estragos de la censura, y todo esto disminuía sus opciones de éxito entre el gran público.
Otras veces era la lengua inglesa la que mejor encajaba en la música que hacían, por lo que la decisión de usar ese idioma resultaba una elección libre…. Pero igualemente anticomercial.
Tampoco la industria del disco ayudó mucho a la progresía hispana. Las grandes compañías ignoraron el género y fueron tres independientes catalanas las que publicaron un buen porcentaje de las referencias: Diabolo/ Els 4 Vents, Ekipo/ Dimensión y Edigsa, la más estable y poderosa. Los barceloneses estudios Gema fueron un trasiego constante de melenudos con guitarras y camisetas de ameba, que trataban de aprovechar sus escasas cuetro pistas como mejor podían.

Otra característica común a los grupos progresivos españoles fue su reducida producción discográfica: apenas un par de vinilos por media –en muchos casos singles de 45 rpm- y la oportunidad de grabar uno o dos LPs para los más afortunados.
No hubo por lo tanto mucho sitio para los álbumes conceptuales, tan de actualidad en el mundo libre más allá de los Pirineos.
Dentro del rock de calidad fue decisiva la aparición de programas de radio especializados. En Barcelona la voz cantante la llevó José María Pallardó desde Radio Juventud 2. Espacios como “ La hora de los conjuntos”, “El clan de la una”, o “ al mil por mil”, poblaron el dial catalán de buenas vibraciones.
Por su parte, los locutures jóvenes de Sevilla aprovecharon su cercanía con las bases norteamericanas para estrenar antes que nadie los discos que los soldados les pasaban en exclusiva. Tras los micrófonos de Radio Vida andaba un joven Alfonso Eduardo, que ejercía de agitador de cuanto se movía musicalmente en la cuidad. Su éxito local le llevó a emitir su programa “Explosión 68” con cobertura nacional.
Madrid, mientras tanto, permanecía atenta a la sintonía de “ Musicolandia”, en Radio Centro. Su creador fue Vicente “Mariscal” Romero, quién continuó con él hasta la década de los 70.
A la sombra de “Musicolandia” se empezó a mover el cotarro del rock alternativo. El inquieto Mario Pacheco ya venía programando conciertos, pero fue la existencia de una sala como M&M la que facilitó las cosas de sobremanera. El éxito del público fue inmediato y “Mariscal” se asoció con la propiedad de la discoteca. De esta forma se garantizaba la continuidad rockera del “santuario”.
Con el tiempo Rockola fue la que se llevó los honores, pero el trabajo duro lo hizo M&M.
Allí tocaron todos los grupos nacionales con una mínima trascendencia dentro del rock progresivo y de vanguardia. Carlos Juan Casado, entonces en la compañía Ariola, se encargó de traer a algunos nombres internacionales como Geordie. La rubia Nico o los italianos Premiata Forneria Marconi.
Pero no todo era tan estupendo. La policía madrileña, mucho más entrenada y rígida que la de Sevilla y Barcelona, molestaba constantemente a los asiduos a las salas. Cuando los acosos en la calle no resultaban sufucientes, entraban directamente al local a ver que podían “pescar” en los bolsillos de los clientes. El incordio era continuo, pero no impidió la creación de una escena alternativa que terminaría derivando en la explosión del llamado “rollo”.

El “boca a oreja” permitió que existiera un pequeño circuito de actuaciones en directo. Aparte de la discoteca M&M, el madrileño cine San Pol programó unas jugosas matinales de grupos progresivos. Los colegios mayores universitarios abrían sus auditorios sin problemas y hasta los colegios de curas cedían sus instalaciones para que estudiantes y público en general disfrutaran de conciertos de “música moderna”.
Otras veces se improvisaban los escenarios en las más variadas localizaciones –por ejemplo, el ‘happening’ celebrado en una nave industrial del barrio de Teután-. Las discotecas no eran aún esclavas de la música grabada, lo que en la práctica significaba una cosa: con disco o sin disco, los músicos se fraguaban sobre los escenarios, como si de una prolongación natural de los locales de ensayo de tratara.
De las cuidades con una mínima actividad, Barcelona fue la que más y mejor se organizó. Lo hizo por mediación de Oriol Regás, el ‘factotum’ de la “izquierda divina”, un movimiento sociocultural al que nos referiremos más adelante. Oriol era manager de Máquina¡ y en 1969 hizo sus pinitos organizando la presentación del grupo; un año después ya estaba montando en Barna el Primer Festival Permanente de Música Progresiva.
La iniciativa era valiente y ambiciosa, ya que se trataba de tres meses de conciertos semanales, con sesiones nocturnas los viernes y matinales los domingos. El evento se celebró con óptimos resultados en el Salón Iris durante los meses de octubre, noviembre y diciembre.
También hubo actuaciones regulares en otra mítica sala: Zeleste.
Cataluña dio una lección de tolerancia con las nuevas tendencias. El 22 y 23 de amayo de 1971 se celebró el Primer Festival Internacional de Música Progresiva de Granollers con un cartel de órdago, que fue el precendente de los Canet posteriores y el primer festival de este tipo en la península. Los años han puesto una capa de polvo sobre su recuerdo, pese a lo importante de la cita. En ella participaron bandas como los británicos Family y Tucky Buzzard ( antiguos The End).
La agenda nacional de conciertos se vio finalmente reforzada por la entrada en el negocio de Gay Mercader, el mayor promotor de la historia del rock en España.
Joven y audaz, el empresario jugó fuerte y ya en 1973 trajo su primera estrella internacional, la increible String Band. Un año después se consagró con Emerson, Lake & Palmer, aliándose con Oriol Regás para dar el salto definitivo.
Después llegaron King Crimson, Jethro Tull, Traffic y un sinfín más, que convirtieron a Mercader en una de las mayores fortunas de la industria española del entretenimiento.

Nos hemos referido a la radio, pero también la prensa musical alcanzó una madurez de la que hasta entonces había carecido. En los quioscos surgió un nuevo tipo de periodismo musical mucho más avanzado y crítico. El periodista Ángel Casas creó “Vibraciones” en Barcelona y Joaquín Luqui hizo lo propio en Pamplona con el semanario “Disco – Express”. Por las páginas de ambas publicaciones pasaron casi todos los críticos musicales que luego hemos disfrutado…. y en algunas ocasiones, padecido.
Gracias a esta mínima cobertura mediática y de música en vivo, los grupos se dieron a conocer y salir de los barrios. Nunca tuvieron mucho público, pero suyo es el mérito de haber aguantado el mástil del rock en un nicio de década especialmente ingrato.

Barcelona marca el paso.

Para entender lo que sudeció en Cataluña a finales de los 60 y principio de los 70 hay que situarse mentalmente en una sociedad más abierta que la del resto del estado. Para los rockeros cuatribarrados, la cercanía de Ibiza y Formentera era un aunténtico chollo. Francia tampoco quedaba lejos y la Costa Brava era un hervidero cosmopolita.
El árbol genealógico del también llamado ‘rock catalá’ es un cruce constante de músicos y formaciones, con instrumentistas de alta cualificación técnica y un poso intelectual a veces interesante y otras redundante e incompresible. Hay muchos puntos de contacto con el mundo del jazz, la fusión e incluso la ‘nova canço’.
Sin discusión, los más grandes fueron Máquina!. El grupo comenzó como banda de acompañamiento del cantautor Jaume Sisa, para más adelante emanciparse. Fueron los “niños mimados” de Pallardó, quién le apoyó de principio a fin. Su álbum ‘Why’ (1970) convirtió al quintento en un modelo de transgresión sonora. Eran iconoclastas y llevaban el rock progresivo al límite de su naturaleza, como cuando reservaron toda una cara de un LP para una única e intrincada composición.
Su crédito les permitió codearse con Salvador Dalí, acutar en el Palau de la Música de Barcelona y hasta renunciar a la televisión nacional cuando no se les dejó cantar en catalán.
Mucha gente pasó por Máquina!: el bajista Jordi Batiste, los guitarras Luigi Cabanach y Jose María Paris, los baterías Santiago García y Tapi, y el teclista Enric Herrera.
Todos ellos experimentaron a conciencia, ante la fascinación de una crítica entregada. Los cambios en la formación dejaron a Enric y un retornado Batiste en compañía de tres músicos de Crac: el bajista Carles Benavent, el guitarrista Emilio Baleriola y el batería Salvador Font. Su función final tuvo lugar en Barcelona y se reflejó en un doble directo, un testimonio sonoro que hasta entonces sólo parecía reservado a las grandes bandas anglosajonas.

La receptividad popular de Máquina! animó a otras formaciones a seguir el mismo camino. El propio Jaume Sisa vivió su etapa progresiva con su grupo Música Dispersa, mientras que los ‘folkies’ Els Mussols pasaban a llamarse primero Agua de regaliz y luego Pan y Regaliz.
Estos cambios vinieron acompañados de un gradual conversión al ‘wha-wha’ y la electricidad desbordada. El ‘rock catalá’ estuvo positivamente condicionado por las trayectorias de media docena de músicos de gran talento, que fluctuaron de un proyecto a otro hasta crear los suyos propios.
De esta forma, es imposible referirse a Vértice sin hacer notar que su guitarra era Max Sunyer, el futuro líder de Iceberg. Sunyer coincidirá con otro legendario, el batería Tapi, en la formación de Tapimán que va de 1970 a 1972.
El grupo reaparecerá en pleno apogeo del “rollo” para editar un Lp con Chapa, pero esta vez sin el concurso del guitarrista. Tapi formó parte de Lone Stars y editó un single concanciones propias en catalán, firmadas por él y Jordi Batiste. Murió en 1999
Un segundo guitarrista aventajado fue Toti Soler, líder del grupo Om y antiguo miembro de los Pic-Nic de Jeanette.
Al igual que Máquina!, también su banda sirvió de apoyo a un cantautor: Pau Riba. Soler prefirió seguir su carrera en solitario, dejando una huella de virtuosismo que siempre cautivó a sus compañeros de instrumento.
En 1973 firmó un disco junto a su teclista Jordi Sabatés, otro Pic-Nic metido a tareas progresivas.
En esta cadena de fructíferas colaboraciones, Sabatés sacó adelante Jarka, un experimento de jazz-rock en el que participó el batería Santi Arisa. Arisa, por su parte, encabezó la propuesta de Fusioon, un grupo de tardío progresivo que llegóa aditar tres LP´s.
Eran de Manresa y respondían a los patrones clásicos del progresivo catalán: riesgo creativo sin cortapisas y como su propio nombre indicaba “fusión” de estilos e influencias. Cuando la cosa terminó, Arisa y Sabatés volvieron a unir sus voluntades para seguir investigando a discreción.

En las Islas Baleares también había movimiento. El “hippismo” estaba llenando Ibiza de personajes como Frank Zappa y James Taylor, creando una fantasía de paz, amor y naturaleza que merecía un libro aparte. Aún así, era Barcelona la que inspiraba la electricidad mallorquina. En Palma el grupo más conocido era Zebra, una alianza de músicos procedentes de Los Bravos y Z-66, que fue el “conjunto” por antonomasia del rock balear durante los años 60. Grabaron para Zafiro y en el quintento resaltaba “un-hombre-a-una-guitarra-pegado”: Joan Bilboní.

Madrid: la distorsión es bella.

El hard progresivo en Madrid tiene un nombre Cerebrum.
Comenzaron haciendo versiones a finales de 1969, con una formación compuesta por le cantante y armonicista Luis Navarro, el guitarrista Javier Esteve (futuro Metrópoli), el bajista Chema Pellico y el batería Pedro Moreno.
Fueron fichados por la compañía catalana Dimensión, con la que editaron dos singles en inglés. Cerebrum tocaban fuerte y distorsionado, tendiendo un imaginario puente hacia Black Sabbath, Deep Purple y Led Zeppelin.

En apenas unos meses, Esteve dejó su sitio al guitarrista canario Alfredo Santana y éste a su vez, a Salvador Domínguez. Salva se encontró con un grupo en desbandada: Luis dejaba la música, Pellico se marchaba a Ibiza y su nuevo teclista Manolo Marinelli se iba con los Gong sevillanos, Salvador y Pedro Moreno no se rendían, así que incorporaron a un recién llegado Dick Zapala (cantante y bajista con posterior currículo en Arexes y Azahar).
Como el formato trío no llegó a funcionar bien, Salva se reunió con Chema Pellico en Ibiza y allí estuvieron tocando en formación de música experimental.
Salvador regresó a Madrid para dar el golpe de efecto definitivo: un ‘power trío’ al estilo Cream, llamado Blue Bar. Salva convenció a Chema para que regresase de la isla y más tarde reclutó al batería Enrique Ballesteros, otro histórico del rock madrileño que nunca ha dejado de tocar.
Con Blue Bar se impuso la improvisación, el doble bombo, la agresividad a punto de estallar y en definitiva, el decibelio por el decibelio. Fueron ellos los protagonistas del primer concierto celebrado en M&M, una matinal organizada por “Mariscal” Romero y el ‘disc-jockey’ de la sala, Salvador Arevalillo. Salva rompió la formación para actuar una temporada junto a Los Canarios, aunque en 1973 regresó al rock más crudo en compañía de su inseparable Pedro Moreno. Esta vez la aventura fue aún más breve y se denominó Arkham.

Otros grupos madrileños que dieron cuerpo a la escena ‘undergraund’ fueron primeras experiencias para músicos con mucho recorrido a lo largo de la década. Franklin, por ejemplo, fue la banda novel del batería Juan Cánovas, que posteriormente firmará con su apellido en el cuarteto Cánovas, Rodrigo, Adolfo y Guzmán. Junto a él figuraba Antonio Garcia de Diego el guitarrista con gafitas que aún habría de acompañar a Miguel Ríos durante buena parte de su carrera.
El único single de Franklin fue una versión de ‘satisfaction’ de The Rolling Stones, y lo produjo Teddy Bautista.
Éste, impresionado por el talento de García de Diego, no dudó en incorporarle al equipo que grabó “Ciclos”, de su banda Los Canarios en 1974.

Dentro de la cantera local destacaron las descargas ruidosas de Museum o Alacrán, un trío producido por Fernando Arbex. Alacrán giraba en torno al guitarrista y teclista Óscar Lasprilla, que había dado forma junto a Arbex al imcomprendido ‘Mundo, Demonio y Carne’ de Los Brincos.
La brevedad del proyecto empujó al hiperactivo productor a “vengarse” de todos sus infortunios con la creación de Barrabás, un combo de rock latino enfocado de forma casi exclusiva al mercado internacional. Paradójicamente, su éxito mundial no tuvo la misma correspondencia en las listas españolas.
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Tonyguitar
#2 por Tonyguitar el 11/12/2010
ya conocia parte de estas historia por ser un incondicional seguidor del rock progresivo de los años 70 en españa,aqui en este foro antiguamente habia un señor que pertenecia a parte de esta historia ya que coincidio en varias bandas con algunos de estos componentes.

fusion,mi generacion y max suyer estuvieron tocando el año pasado aqui en mi pueblo.
¿conoces el grupo mi generacion?
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