El pasado viernes se cumplió un año del fallecimiento de la maravillosa Nancy Wilson.
Yo la descubrí a través de un disco a medias con el quinteto de Cannonbal Adderley, álbum que me pareció algo raro, que me gustó, pero al que no presté toda la atención que merecía cuando llegó a mis manos.
Algunos años después, pero hace ya... un montón de tiempo, qué sé yo, puede que 20 años... (el tiempo vuela), a los chicos de la revista Downbeart se les ocurrió hacer una encuesta entre numerosos cantantes, la mayoría de edades medias, o jovenes, y la mayoría norteamericanos, pero también algunos europeos o sudamericanos. La encuesta consistía en que dijeran cuales eran sus álbumes favoritos de jazz vocal. No recuerdo si cada uno señalaba tres... algo así. A lo que iba. Para mi sorpresa, el más votado fue este.
Que yo recordaba que era un buen disco, pero... ¿el mejor?
Lo voy a explicar más claro. Mi colección de álbumes de jazz vocal, en diversos formatos (LP, CD, descarga digital) se cuenta probablemente por miles, y desde muy joven he tenido muy claras mis preferencias al respecto. Billie Holiday, Ella, Sinatra, Sarah Vaughan y Betty Carter. No necesariamente por ese orden. No es que no disfrute con Carmen McRae, Shirley Horn, Abbey Lincoln o Billy Eckstine. Es que los que he citado al principio me gustan más.
Pero yo no soy cantante. Se estaba hablando de cantantes de cantantes, y de jazz. Esa gente que aprecia un buen fraseo, una afinación perfecta, una disposición de las notas como si se estuviera tocando un instrumento de viento, un ataque preciso a cada nota, unos legatos de seda. A esa gente, Nancy Wilson les parecía una maestra.
Nancy, de hecho, empezó a estudiar para ser maestra, puesto que, pese a que disfrutaba de sus habilidades canoras desde muy pequeña, no estaba segura de que fuera a tener éxito con ellas. Su aventura estudiantil duró poco: estaba claro que sus capacidades canoras la podían llevar lejos. Y tenía la cabeza muy bien puesta.
Además, la suerte vino a buscarla pronto, ya había grabado algo, con éxito bastante limitado, cuando Cannonball coincidió con ella y le recomendó trasladarse a NY, donde se cocía todo en el jazz de la época. En 1961, una jovencísima Nancy (24 años) graba 6 temas con el quinteto de Adderley, que incluía ni más ni menos que al hermanísimo Nat, Sam Jones al bajo, el fabuloso Louis Hayes a la batería, y al mismísimo Zawinul (pre-Miles) al piano.
El álbum se completó un par de meses después con 5 temas grabados por el quinteto, sin la cantante, y se editó a nombre de los dos, con el de ella delante, pese a que en 1961 Cannonball era ya un líder reconocido y ella una joven principiante.
Nancy brilla en él igualmente en los temas rápidos o en las baladas, y despliega todas sus cualidades, que siempre fueron muchas.
Entendámonos. No tiene el desgarro de Billie. No tiene la capacidad para improvisar como un torrente de Ella, no tiene el trémolo ni el rango vocal gigantescos de Sarah (aunque de rango iba bien servida), no alcanza los extremos de sutilezas ínfimas y despliegues pirotécnicos de Betty Carter. Y su dominio del tempo de los temas no es tan abrumador como el de Sinatra.
¿Me parece que es el mejor álbum de jazz vocal de la historia? No, claramente no. Les puedo dar varios títulos de los cantantes arriba citados, que me parecen mejores, y que desde luego me gustan más. Pero éste álbum es bueno, muy bueno, y debe figurar en cualquier colección de discos de alguien a quien le gusten los/las cantantes. No sólo los de jazz.
Una actuación tardía en la que se ve bastante la persona que es, y la cabeza que tiene: