Esta reflexión va dirigida a quienes, como yo, carecen de conocimientos para, con solo una foto, son capaces de hacer la autopsia a una guitarra y por el radio de curvatura detectan quien la hizo, cuando se hizo y como se hizo. Los demás, tratamos de defendernos como podemos para que no nos cuelen gato por liebre aunque, a veces, la pasión hace que te enamores de una guitarra y te des por bien engañado cuando la tienes entre tus manos.
La red está cuajadita de buenas gentes que buscan, desesperadamente, una referencia sobre su instrumento; cualquier foro que se escudriñe tendrá, muchas veces sin respuesta alguna, preguntas relacionadas con el origen de un modelo, una marca, un número de serie o un puñetero dato que elimine la condición de huérfana de una guitarra, que le otorgue una “partida de nacimiento”.
Lo dicho se agrava especialmente con las guitarras japonesas de los 70 y 80, cuando tres o cuatro fábricas se dedicaron a lanzar copias, unas veces mejores y otras peores, que sus homólogas americanas; para acabar de liarla, los comerciantes occidentales se inventaron marcas exóticas para aquellos productos encargados a Japón y así, encontramos guitarras de similares características y con macas tan sonoras como Antoria, Epiphone, Greco, Ibanez, Jason, Mann, Odessa, Orville , Penco, Univox, o Kent aunque estén hechas todas bajo las faldas del monte Fuji y sus números de serie sean tan aleatorios como la combinación de la primitiva.
Por si la confusión fuera escasa, los japoneses hicieron lo mismo que los americanos y cuando anduvieron sobrados de dinero, encargaron sus productos a los coreanos que, por aquel entonces, eran más pobres; pasados los años, los coreanos hicieron la misma jugada con los chinos y ahora que China tiene el PIB que se sale, le pasa el lio a los indonesios.
Al final, marcas señeras japonesas salen de manos indonesias; marcas emblemáticas americanas están fabricando en China y como la historia se mueve en círculos, si sigue la crisis por estos pagos, acabaremos nosotros haciendo guitarras para los indonesios, que se las venderan a los chinos, para que estos las exporten a japón y los japoneses las vendan e USA.
Las marcas deben estar muertas de risa contemplando ese desfile de pobrecitos buscadores de la partida de nacimiento de su guitarra que pasean de foro en foro intentando que alguien les diga quien era el padre de la criatura.
Pero, haciendo examen de conciencia, la culpa es solo nuestra. Una guitarra debiera ser un instrumento para tocar y si uno se encuentra feliz con la que tiene entre las manos debiera importarle poco como llegó hasta él. Una guitarra no es un pantalón vaquero, unas zapatillas o un objeto comprado para deslumbrar el vecino. Una guitarra es música, por modesta o huérfana que sea, una guitarra es vida. Y al final, la más humilde cuando encuentra los dedos adecuados, suena como los ángeles.
La red está cuajadita de buenas gentes que buscan, desesperadamente, una referencia sobre su instrumento; cualquier foro que se escudriñe tendrá, muchas veces sin respuesta alguna, preguntas relacionadas con el origen de un modelo, una marca, un número de serie o un puñetero dato que elimine la condición de huérfana de una guitarra, que le otorgue una “partida de nacimiento”.
Lo dicho se agrava especialmente con las guitarras japonesas de los 70 y 80, cuando tres o cuatro fábricas se dedicaron a lanzar copias, unas veces mejores y otras peores, que sus homólogas americanas; para acabar de liarla, los comerciantes occidentales se inventaron marcas exóticas para aquellos productos encargados a Japón y así, encontramos guitarras de similares características y con macas tan sonoras como Antoria, Epiphone, Greco, Ibanez, Jason, Mann, Odessa, Orville , Penco, Univox, o Kent aunque estén hechas todas bajo las faldas del monte Fuji y sus números de serie sean tan aleatorios como la combinación de la primitiva.
Por si la confusión fuera escasa, los japoneses hicieron lo mismo que los americanos y cuando anduvieron sobrados de dinero, encargaron sus productos a los coreanos que, por aquel entonces, eran más pobres; pasados los años, los coreanos hicieron la misma jugada con los chinos y ahora que China tiene el PIB que se sale, le pasa el lio a los indonesios.
Al final, marcas señeras japonesas salen de manos indonesias; marcas emblemáticas americanas están fabricando en China y como la historia se mueve en círculos, si sigue la crisis por estos pagos, acabaremos nosotros haciendo guitarras para los indonesios, que se las venderan a los chinos, para que estos las exporten a japón y los japoneses las vendan e USA.
Las marcas deben estar muertas de risa contemplando ese desfile de pobrecitos buscadores de la partida de nacimiento de su guitarra que pasean de foro en foro intentando que alguien les diga quien era el padre de la criatura.
Pero, haciendo examen de conciencia, la culpa es solo nuestra. Una guitarra debiera ser un instrumento para tocar y si uno se encuentra feliz con la que tiene entre las manos debiera importarle poco como llegó hasta él. Una guitarra no es un pantalón vaquero, unas zapatillas o un objeto comprado para deslumbrar el vecino. Una guitarra es música, por modesta o huérfana que sea, una guitarra es vida. Y al final, la más humilde cuando encuentra los dedos adecuados, suena como los ángeles.
