La paciencia infinita: Reflexiones sobre el oficio de luthier.

17/07/2010 por frasco




La paciencia infinita: Reflexiones sobre el oficio de luthier.




Hasta el más alejado extremo somos esclavos de un tiempo incansable que exige el tributo de la vida a su paso. ¿Quién consiguió en la dilatada historia de la humanidad engañar al tiempo? Tiempo ladino, tiempo avaro e implacable, tiempo veloz y a la vez pausado caminante. No caeré en la tentación de hablar de ese tiempo que se escapa entre los resquicios de la existencia y que acabará conduciéndonos hasta aquel momento en que todos seremos iguales. Quiero mostraros un tiempo cambiante, subjetivo, parcial e intangible; relativo tiempo, pues no dura lo mismo el segundo de éxtasis como culmen del cálido abrazo de mecernos en las caderas de la mujer amada que aquel otro segundo en el que caemos al vacío tras un desafortunado traspié. La sociedad vive en nuestros atribulados días un momento de crisis, pero desde tiempo inmemorial la humanidad se pregunta cuánto dura un momento. Torticero tiempo que, sin existencia visible, se hace patente en la espera y esquivo en el gozo.

El tiempo siempre reclama lo que se hizo sin él, y yo que siempre fui culo de mal asiento no imagino como he podido llegar a un punto en el que el tiempo no importe. Debe ser también cosa del tiempo este mismo hecho, pues soy un hombre que además de esclavo del tiempo soy esclavo de mis pasiones.



En febrero del año pasado compré unas preciosas piezas curadas de pinabette alemán. Seis meses después, en septiembre, las encolé y las llevé al grueso casi definitivo para favorecer su oreo.



En marzo ya de este año, tras comprobar que la madera había dejado de moverse por efectos de su secado y de los cambios de humedad, encolé y talle el abanico y las barras armónicas que le conferirán rigidez y atemperarán sus vibraciones para equilibrar sus frecuencias.






Hoy, ya pasando mediados de julio, por fin la voy a incorporar a lo que será (si dios quiere y mi falta de pericia no lo evita) una guitarra para grabación en estudio. Llevo esperando colocarle las cuerdas a un puente encolado a esa madera más de un año y medio, y sé que aún me tocará aguardar algunos meses más antes de poder hacerlo y comprobar el fruto de la incansable espera.







No sé como he alcanzado este punto de paciencia infinita, pues sigue sin importarme hacer antesala si lo que está en juego es el resultado final. Y entre tanto, cientos de horas de pausado tiempo, todas y cada una de nuestras acciones deben procurarse calmadas y sin prisas. El demoledor efecto de la impaciencia se notará hasta en la más simple de las labores, desde el lijado al encolado, desde el ensamble al tallado y desde el corte al barnizado requieren su tiempo.



Siempre he sido y seré el eterno aprendiz que no teme a nada mas que al tiempo, no sé hacer las cosas con prisas y eso no es “comercialmente rentable”. La luthería es, junto con otras profesiones, una actividad en la que no puedes dejar de aprender o correrás el riesgo de convertirte en “mecánico ajustador”, y el aprendizaje reclama su tiempo. Mis amigos se desesperan cuando me preguntan por tal o cual trabajo que me encargaron, no entienden cómo les puedo decir, no he tenido ánimos para empezarlo, pero es que en luthería, si buscas resultados, además de tiempo, cada cosa requiere su momento. Lo tengo comprobado, el día que barnizo pensando en que debería estar tallando un mástil; termino a los pocos días lijando fuerte para barnizar de nuevo. Del mismo modo, el día que tallo un mástil pero el momento me dice que debería andar ajustando una eléctrica, la destreza que guía el cuchillo de tallar parece perderse entre el polvo y la viruta que suele inundar el suelo del taller.




Jamás seré un buen luthier si no soy capaz de desprenderme de mis pasiones y actuar enteramente como un funcionario que cumple la jornada laboral fichando con su tarjeta a la entrada y a la salida del consistorio. Pero qué es la luthería, oficio, artesanía o arte. Si es un oficio, la pasión me sobra, si es una artesanía me falta la destreza y la habilidad comercial, pero si es un arte, aún peor, me falta el talento. Sólo me queda un consuelo: el propio tiempo.

Un saludo.

Frasquito.