Guitarras

Yamaha Guitar Trip Day 1: llegamos a Japón

27/10/2015 por Soyuz

Tal y como anunciábamos la semana pasada haciendo referencia al aniversario de las Pacifica, Guitarristas.info ha sido invitada por Yamaha Music Europe Ibérica a un exclusivo viaje a los centros de producción de guitarras de la marca en Japón y China. Hoy os dejamos la primera entrega con la intención de seguir blogueando muy pronto, con la inestimable ayuda de Bruno Camadini —especialista de guitarra de Yamaha que nos apoya también con su cobertura fotográfica—.

Día 1

Llegamos a Tokio tras un viaje de unas 11 horas en avión desde París al aeropuerto de Haneda. El contraste cultural es chocante desde el primer momento: la escasa rotulación en inglés y las peculiaridades niponas producen la sensación de estar explorando un nuevo planeta.

Nuestra primera cita es en Ginza, el barrio más 'chic' de Tokio —el metro cuadrado cuesta la friolera de 235.000 euros—, para enfrentarnos a nuestra primera comida japonesa en el Ginza Isomura con el grupo de Yamaha —que incluye también representantes de Francia, Reino Unido y Escandinavia—. Tras hacer algunos equilibrios con los palillos y probar curiosas combinaciones de verduras y salsas, nos quedamos sin postre. No es que nos hayan castigado: como descubriremos con cierta amargura en sucesivos banquetes, esa dulce costumbre no se lleva mucho en Japón.

A estas alturas llevamos despiertos más de un día y aún nos esperan al menos otras 10 horas antes de poder descansar, pero a nadie se le pasa por la cabeza tirar la toalla. Tras la primera experiencia gastronómica seguimos nuestro recorrido por el barrio visitando la tienda Yamaha, que vende directamente y sirve de showroom de la marca, alberga eventos y dispone de ediciones muy limitadas para el mercado doméstico de espectaculares modelos SG, con tapas de arce rizado y acolchado. También nos encontramos con los nuevos cabezales THR, sus pequeños hermanos, muchas Pacifica y toda clase de instrumentos.

Pasamos por delante de los escaparates más exclusivos del barrio, como turistas atontados disparando fotos por centenares, antes de entrar en Yamano Music. Este negocio pertenece al antiguo distribuidor de Gibson en Japón y atesora una serie de modelos históricos en la planta más alta, así como guitarras de otras marcas y tres plantas de CDs y libros musicales —en Japón, donde el streaming apenas despega, los formatos físicos mantienen una cuota del 85% de la venta de música—.

Yoko, nuestra sonriente guía, nos reúne de nuevo para una excursión cultural a Yoyogi Park, donde se encuentra el santuario Meiji, dedicado a la memoria del emperador del mismo nombre —gracias al cual el país se subió al carro de la revolución industrial a finales del XIX—. El complejo se compone de varios arcos torii, templos y una fuente de agua sagrada donde aprendemos algunos rudimentos de la tradición sintoista, dando cabezazos y palmadas mientras formulamos nuestros deseos —por si acaso funciona—. Además, tenemos la suerte de presenciar el desfile ceremonial de unos novios ataviados al estilo nipón más tradicional.

Omitimos el regreso programado en autobús al hotel en favor de realizar un par de visitas imprescindibles. El tiempo apremia y cazamos al vuelo un taxi. La mayoría de los taxistas de Tokio conducen un Toyota Crown —el Prius empieza a destacar como segunda opción—, pintados de llamativos colores en función de la compañía privada a la que pertenezcan. Uniformado y con guantes blancos, el conductor nos lleva a Akihabara —conocida como Electric Town—, una red de calles bañadas por la luz de neón en la que podremos encontrar todos los productos electrónicos japoneses que nuestra imaginación pueda concebir —robots, móviles, relojes, videojuegos, informática y todo tipo de gadgets desconocidos para los europeos—.

Lamentamos no poder quedarnos varios días en este paraíso contracultural, pero al menos conseguimos hacer alguna compra interesante y atisbar la omnipresente fascinación de los japoneses por el manga en todas sus formas.

Otro taxi con su inevitable tapicería protegida por un inmaculado encaje blanco nos lleva al distrito de Ochanomizu, un punto de encuentro para los aficionados a la guitarra. Su calle principal alberga más de una decena de tiendas especializadas —la mayoría de varios pisos— con género mayormente nacional. Las tiendas destacan por su limpieza, unos displays abigarrados que cubren cada centímetro disponible y atentos vendedores de pelo engominado o encrespado a lo anime. Hay material vintage, piezas para coleccionistas acaudalados y mucha marca/submarca japonesa para todos los bolsillos.

Tras satisfacer nuestra curiosidad, volvemos al redil dispuestos a cenar en compañía del staff europeo de Yamaha y los distribuidores que les acompañan. En esta ocasión, elegimos tranquilamente nuestros bocados favoritos en el gigantesco bufet libre del hotel Shinagawa Prince: sushi, tempura y arroz. Caemos literalmente desamayados sobre nuestras camas mientras programamos el móvil para despertarnos en pocas horas: mañana será un día más intenso si cabe, último de asueto antes de la esperada visita a la fábrica de guitarras de Hamamatsu.

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